Solidaridad y Cristiandad: una reflexión sobre nuestra sociedad
Con base a la obra de Enrique Dussel, principal exponente de la ética de la liberación.
Enrique Dussel, principal exponente de la ética de la liberación, analiza en su obra la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10:30-37). En su interpretación, Dussel parte desde la hermenéutica del "sistema establecido" y la "totalidad" (el sistema político y religioso judío), en la que la víctima de un asalto queda al margen, en la "exterioridad" del sistema. Esta víctima no solo es despojada de sus bienes, sino también excluida del orden social y político de la época.
Dussel pone especial énfasis en la crítica a los representantes de ese sistema, comenzando con el sacerdote que, al ver al hombre herido, "dio un rodeo y pasó de largo". Este acto refleja la totalización del sistema; el sacerdote, en su afán por cumplir con la ley, se ciega ante la urgencia del sufrimiento humano. De igual manera, el levita, perteneciente a la tribu más venerada por la élite de Jerusalén, también elige cumplir con la ley antes que ayudar a la víctima.
Ambos, el sacerdote y el levita, representantes de la ley y el orden, fallan en asumir la "responsabilidad" por el otro, por el desvalido. Para ellos, la ley se convierte en una barrera que les impide actuar con solidaridad. Aquí Dussel nos lleva a cuestionarnos: ¿qué nos impide a nosotros actuar de manera diferente? ¿Estamos atados a las mismas excusas que estos personajes, atrapados en la rigidez del sistema?
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La crítica se vuelve más mordaz cuando entra en escena el samaritano, un personaje despreciado por el sistema de la época. El samaritano, marginado y considerado inferior, es el único que actúa con compasión. Él se detiene, cura las heridas de la víctima y le brinda ayuda. Este acto subversivo, en términos de los valores de su tiempo, nos recuerda que la solidaridad no depende de las normas del sistema, sino de un profundo sentido de humanidad.
La parábola del Buen Samaritano se asemeja a muchas de las situaciones que enfrentamos en nuestra sociedad hoy: robos, violencia, homicidios. Nos invita a preguntarnos quiénes somos en esta historia. ¿El sacerdote? ¿El levita? ¿O el samaritano? Cada uno debe hacer su propio análisis.
El aforismo "la ley es dura, pero es la ley" justifica muchas veces la indiferencia ante el sufrimiento ajeno, tal como lo hicieron el sacerdote y el levita. Cumplir con la ley a costa de la solidaridad y el bienestar del otro es una trampa en la que caemos fácilmente. El samaritano, por otro lado, nos muestra que la verdadera justicia trasciende la ley cuando esta es injusta. Como dijo Gustav Radbruch: "la ley injusta no es ley". En un sistema que prioriza la justicia, la solidaridad debería ser el valor que guía nuestras acciones.
Para el cristiano, los valores fundamentales son el amor, el perdón y el servicio. "Poner la otra mejilla" y "perdonar setenta veces siete" son principios que representan la esencia de la solidaridad: reconocer al otro como un igual, digno de nuestro respeto y apoyo.
Entonces, en una sociedad como la colombiana, donde la mayoría se reconoce como cristiana, ¿por qué actuamos como el levita y el sacerdote? Esta es una pregunta que cada uno de nosotros debe responder en su interior, y con ella hacer un juicio sobre nuestra conciencia moral.
El concepto moderno de solidaridad no se aleja mucho de lo que propone la parábola. Ser solidario implica entender que el bienestar de los demás repercute directamente en el propio. La verdadera solidaridad nos invita a ir más allá del círculo cercano, a incluir a los vulnerables en nuestra esfera de protección.
La tarea es clara: evaluar nuestra postura frente a los vulnerables, los pobres y los desamparados. ¿Estamos dispuestos a ser samaritanos en una sociedad que muchas veces nos empuja a ser levitas o sacerdotes?
Por Milton Armando Gómez Cardozo.
Docente y Servidor Público. Abogado y especialista en Derecho Administrativo y Constitucional. Magister en Derechos Humanos y Democratización. Doctorando Estudios Avanzados en DD.HH. de la Universidad Carlos III de Madrid.